Imagen tomada de i n t e r n e t
Viendo el fruto crecer
en la arboleda púber de tu pecho,
tuve un sueño ayer:
creí tener derecho
a esperar que ese fruto estuviera hecho.
Nos vimos madurando
poquito a poco, progresivamente
y fuimos engendrando
de manera ascendente
una atracción de lo más evidente.
Tú, lucías mejor
que nuestro Sol sureño a mediodía,
la más hermosa flor
que en mi jardín se abría
aquella que mi pecho encendía.
Cambió tu cuerpo esbelto,
te aparecieron curvas elegantes;
con aire desenvuelto,
no eras la misma de antes,
tus modos eran algo desafiantes.
Igual que a un joven hombre
tú me considerabas y tratabas,
pronunciabas mi nombre
luego te sonrojabas
y sé que tus pulsos acelerabas.
Se me cambió la voz
al mismo tiempo que empecé a
afeitarme;
fui mayor muy veloz,
quisiste acompañarme
y tú, a mí, no parabas de agradarme.
Llegamos a intimar,
nos vimos atados con fuertes lazos
amándonos la mar
entre besos y abrazos
dando al amor grandes espaldarazos.
Aquel fruto crecía
y apetitoso se desarrollaba
según yo lo veía…,
por lo que me gustaba…,
con solo contemplarlo disfrutaba.
Pude recolectar
la mies de tu juventud más lozana,
pude saborear
con mi gula mundana
el dulzor doble de aquella manzana.
Anduve por el valle
sinuoso de tu plácida colina
y pasé por la calle
donde Venus divina
llegó al monte que ella misma domina.
En siesta estimulante
dormí las tardes entre tus laureles,
siesta reconfortante
que nos hizo ser fieles
a catar constantes aquellas mieles.
Nuestros cuerpos casaban
en un perfecto, ajustado ensamblaje;
los pechos jadeaban
al hacer el encaje
de nuestros miembros en fuerte andamiaje.
Un amor de carne y alma
fue el amor de nuestros entendimientos
lleno de pasión y calma,
pleno de aditamentos
y de nobles y bellos sentimientos.
Creada el 10.04.2010
Autor-propietario:
José Teodoro Pérez