lunes, 28 de diciembre de 2009
Café, pastas y besos
El día está gris, cano
por el tiempo propio de Diciembre,
todo es del color de la niebla,
la piel de nuestras caras acusa el frío
fino, como filo de navaja,
que corta el aliento.
El vaho de la respiración
empaña los cristales
de la terraza paciente.
La tarde invita
a la tertulia ante el hogar caliente.
Huyendo del mal tiempo
dejo la bufanda y el chaquetón en el perchero
y me acerco al fuego,
me caliento las manos:
cojo mis cuartillas, escribo unos versos,
mientras tomo un café caliente,
humeante y negro.
Es sábado, suena el teléfono;
es tu voz, que bien conozco;
me dices si tengo tiempo
para acompañarte a unos recados
pues no quieres ir sola con este tiempo;
que estás sola el fin de semana
porque tus padres han ido al pueblo
y te han dejado encargada del predio,
que has de hacer unas compras,
dos o tres detalles concretos
y si pudiera acompañarte,
sería estupendo.
¿Cómo iba a negarme
a estar con mi complemento
máxime si íbamos a ganar unas horas
a la de nuestro habitual encuentro?
Te digo que estaré contigo en un momento;
con el coche, en unos minutos
de nada…, enseguida llego.
Me esperas en tu portal
con el apropiado atuendo
que incluye paraguas, guantes
y un sofisticado chubasquero.
Nos saludamos (prescriptivo beso)…
¿Adónde vamos? Me intereso.
Dices que a unos mandados, al centro,
que terminaremos pronto
y que me llamas para compartir el tiempo
porque estás sola y porque nos queremos,
y en vez de estar cada uno por su lado,
juntos, mejor estaremos.
Me preguntas si hacía algo importante,,
te digo que no . “escribía unos versos,
pero los continuaré luego,
pues no lo dudes, para mí, tú eres lo primero”.
Hicimos tus recados en un momento,
te pregunté si te quedaba tiempo;
contestaste. “todo el fin de semana para ti lo tengo”;
tu respuesta afirmativa, era una oferta
que no podía rechazar;
me puse muy contento.
Te invité a tomar un café
en una cafetería elegante
(dejé el mío que estaba ardiendo),
que distaba de allí solo unos metros;
nos sentamos en un reservado
frente a un ventanal la mar de coqueto,
donde iban las parejas a sus parlamentos
buscando la intimidad
en sus particulares encuentros;
era un sitio público, relativamente discreto.
Tomamos café, pastas y besos;
nuestras manos enlazadas
nos dan amor y calor a nuestros cuerpos,
mientras el reloj corría
robando horas al tiempo.
Te acompañé hasta tu casa,
ya era de noche, el cielo estaba muy negro.
Me invitaste a pasar adentro
porque era la hora de la cena
y ya tenías los platos puestos;
querías darme una sorpresa,
cenaríamos íntimamente
a la luz de dos candelabros con velas
en un ambiente que creaste
con una personalidad estupenda.
De buen vino acompañaste los alimentos
que habías preparado con delicadeza,
con buen gusto, pulcritud y esmero.
Tuvimos una larga velada
al calor de tus braseros.
Supe que no iba a marcharme
porque esos eran nuestros deseos.
Trombas de agua estaban cayendo
y el frío era muy intenso
por lo que era temerario
marcharme con lo que estaba lloviendo,
además de que estabas muy sola
“y que te daba mucho miedo,
solo mi compañía te haría perderlo…”
Me pediste que me quedara
que había sitio para pasar la noche,
pero los dos sabíamos que esas palabras
eran una excusa vana
para propiciar un íntimo encuentro.
Nos tomamos una copa,
comentamos el acontecimiento
para terminar en tu alcoba
entre tus sábanas durmiendo,
pues no pude aceptar el otro cuarto
que me habías ofrecido hacía un momento,
ya que yo deseaba tenerte entre tus lienzos
igual que tú querías el contacto de mi cuerpo.
La noche acortó su tiempo
porque estuvimos ocupados
en compartirnos y querernos
en una entrega constante
mientras la lluvia murmuraba
en los cristales de tu cierro
cayendo en canales por el tejadillo
hasta chocar contra el suelo,
en tanto que la suavidad de tu piel
y el calor que te emergía de dentro,
eran una sinfonía
para los apetitos de mi ego
para acoplarnos completamente
en armónicos deseos
con la complicidad de la noche
y la permisividad del acontecimiento,
dando rienda suelta
al amor guardado en nuestros jóvenes pechos.
El Puerto de Santa María, Diciembre'2009
Colección. "Alfareros del amor"
J. Teodoro Pérez Gómez
Suscribirse a:
Entradas (Atom)